El fenómeno de la Globalización

LA GLOBALIZACIÓN: ¿ÁNGEL O DEMONIO?

En la actualidad, creo que la Globalización ha dividido a la sociedad en aquellos que creen que están ante la panacea del siglo XXI, y los que piensan que el fenómeno representa la decadencia del mundo moderno. 

Mi postura está regida por una gran DUDA sobre cómo las ventajas y desventajas de esta realidad le afectan a la comunidad. Por un lado, un angelito nos cuenta las virtudes que tiene vivir en un mundo hiperconectado. Por el otro, un diablito, describe algunos de los problemas que la globalización ha generado en el mundo. El análisis objetivo, desprendido de prejuicios, permite detectar beneficios que se han generado en distintos órdenes de la vida cotidiana. Sin embargo, no podemos ignorar que algunas situaciones, derivadas de la globalización, han producido hechos que al menos deberían preocuparnos.

Al acceso a la información en tiempo real, a las mejoras tecnológicas, al más rápido acceso a bienes, servicios y cultura, a la mayor competitividad con disminución de costos, al crecimiento de la mano de obra en países subdesarrollados, se le contrapone el crecimiento de la desigualdad económica y social entre países poderosos y países pobres, el desempleo de naciones desarrolladas debido a empresas que emigran a lugares más propicios, la degradación del medio ambiente, la fuga de capitales por transferencias entre filiales de empresas transnacionales y la exaltación del individualismo, entre otros.

Todos estos factores, de una u otra forma han influido en nuestra vida diaria, en la docencia, en nuestras costumbres, en nuestra forma de comunicarnos con los demás. En definitiva, en la forma de relacionarnos con el mundo que nos rodea. Para bien y para mal.

La globalización además supone una convergencia tecnológica, social, cultural y económica, que representa un avance en ciertos aspectos cotidianos para el ser humano. No obstante, este hecho parece conducir a una ineludible concentración de poder. Peligrosa en sí misma, sea cual sea su tipo.

Tal vez, si nos detuviésemos a reflexionar y decidiéramos hacer algo al respecto, los factores negativos de este fenómeno serían moderados por nuestra labor. Sería un trabajo enorme y agotador, pero creo que deberíamos encararlo a fin de alcanzar niveles de justicia y equidad que se han perdido en el torbellino de la globalización.

Obviamente que la labor a la que me refiero no prosperará si las Estados del planeta no ofrecen las herramientas necesarias para abordar esta problemática. El Protocolo de Kioto (medio ambiente), el Convenio de Aarhus (acceso a la información), la Convención Alpina (protección de los Alpes), el Protocolo de Nagoya (acceso a los Recursos Genéticos) y la Convención de Minamata (sobre mercurio), son sólo ejemplos de cómo la comunidad internacional intenta mitigar algunos de los efectos negativos de la Globalización.

En el cumplimiento de estos pactos estará el resguardo de nuestro futuro. Y también en el compromiso que asumamos diariamente para construir un mundo mejor.